A menudo escuchamos aquello de que la vida es lo que pasa mientra nos empeñamos en hacer otros planes, y lo cierto es que esta afirmación no podría ser más cierta. Hasta que la experiencia se convierte en un grado, nos olvidamos de vivir el presente y, en cambio, nos afanamos en planear nuestro futuro. Pero eso, aunque nos cuesta horrores aceptarlo, no sirve para nada. Sobre todo porque no tenemos ni la más mínima idea de si nuestros gustos cambiarán con el tiempo o si nuestra personalidad nos empujará a actuar como lo hacemos ahora o de distinta forma. Es por esto que planear lo que nos ocurrirá o cómo seremos en los próximos años es una misión imposible.
Como dice el psicólogo Dan Gilbert, partimos de una idea equivocada. Él habla de la ilusión del fin de la historia, una teoría según la cual los humanos tendemos a pensar que ya nada va a cambiar en nosotros. Tengamos 18, 36 o 54 años, vivimos con la firme convicción de que ya hemos tocado techo y que nada ni nadie podrá cambiar nuestra forma de pensar y nuestra forma de ser. “Los seres humanos somos obras en curso y por error pensamos que estamos concluidos”, afirma Gilbert.
Cuando echamos la vista atrás, caemos en la cuenta de que hemos cambiado y mucho. Para demostrarlo, este psicólogo de la Universidad de Harvard y su equipo realizaron un experimento. Preguntaron a 19.000 personas, de entre 18 y 68 años, que reflexionaran sobre cuánto habían cambiado en los últimos diez años y que imaginasen cuánto preveían que cambiaría su personalidad, su modo de actuar, a lo largo de la siguiente década.
Tanto los más jóvenes como las personas de media edad y los mayores coincidieron en sus respuestas. Todos, al mirar lo que había ocurrido en los últimos años de sus vidas, reconocían que habían cambiado mucho. Sin embargo, cuando se trataba de mirar al futuro y predecir lo que iba a ocurrir, la gran mayoría pensaba que las cosas seguirían tal y como estaban, que ya no experimentarían grandes cambios
Aquellos que participaron en el experimento dejaron claro que subestimaban lo que podría ocurrirles en los años venideros. Unos tenían más razón que otros: sí es cierto que a medida que nos hacemos mayores y sumamos velas a las tartas de cumpleaños, las alteraciones en nuestra personalidad, en nuestras aspiraciones o en nuestros gustos son menores. “La tasa de cambio disminuye conforme envejecemos”, concluye el psicólogo Daniel Gilbert.
De hecho, no tenemos más que mirarnos a nosotros mismos. Hagamos la prueba. Recordemos cómo era la decoración que teníamos en nuestra habitación cuando teníamos 18 años. ¿Qué se siente? ¿Se nota el cambio experimentado? Ya no recordamos dónde quedaron los pósters de aquellos grupos de música que escuchábamos entonces. Salvo contadas excepciones, no tendremos a ninguno de ellos en nuestras listas de música actuales.
En otra de las cuestiones que conformaban el cuestionario del experimento, preguntaron a los participantes cuánto estarían dispuestos a pagar por un concierto de su artista favorito. Por la misma entrada por la que hace diez años hubieran pagado una media de 129 dólares (118 euros), en la actualidad tan solo sacarían de sus carteras 80 dólares (73 euros). “En un mundo perfectamente racional, debería ser la misma cifra”, comenta Gilbert. Lo que sucede es que estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por satisfacer nuestras apetencias actuales, pensando que no sufrirán alteración alguna.
Una de las conclusiones que extrajo de todo su trabajo el profesor Gilbert es que “probablemente tenga que ver con la facilidad de recordar frente a la dificultad de imaginar”. Es por esto que, muy al contrario de lo que pensamos, siempre estamos en construcción. Nuestra personalidad, nuestros gustos, nuestra forma de actuar varían constantemente. “La persona que uno es ahora es tan transitoria, fugaz y temporal como todas las personas que uno ha sido”, apunta este psicólogo.
Una realidad que nos cuesta aceptar y que nos impide planificar por completo cómo seremos, qué pensaremos y cómo actuaremos cuando acumulemos a nuestra espalda una década más de experiencia. Como cantaba Pablo Milanés, “lo pasado no lo voy a negar, el futuro algún día llegará”. Así que dejemos de planear aquello que seremos o aquello que haremos: caminemos por la senda del tiempo y dejémonos llevar. Disfrutemos del momento presente.
Con información de Business Insider, Ted, FilosofiaWeb y ScienceMag. Las imágenes de este artículo son propiedad de Zuerichs Strassen, Fabíola Medeiros y Francisco Osorio
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