Está ahí, en cualquier concierto que de una buena orquesta. Delante de todos los instrumentos se sitúa una persona con una batuta que gesticula, gesticula mucho, mientras los clarinetes, los violines, los oboes y compañía interpretan la obra.
Les ha marcado el compás y, una vez tomado y teniendo en cuenta que las indicaciones de ‘andante’, ‘alegretto’ y demás suelen estar en la partitura, ¿qué hace allí el alocado director de orquesta? Aunque no lo parezca, tiene su utilidad.
Por ejemplo, para los violinistas. Cuando el director lleva la batuta de un lado para otro, en realidad está marcando el ritmo al que estos intérpretes deben mover el arco para hacer sonar las cuerdas de sus instrumento.
Un estudio concluyó que los seres humanos estamos preparados para seguir los gestos que se realizan delante de nosotros. Para comprobarlo, el equipo de la Universidad de Maryland colocó luces infrarrojas en el extremo de la batuta que apuntaba a los músicos y en los arcos de los violinistas, que ocupan las primeras filas de la orquesta. La imagen superior no deja lugar a dudas: los movimientos de Leonard Bernstein guían el camino de los arcos que se ven en la esquina inferior.
Habrá espectadores que terminarán de los nervios y preferirán hacer como que los movimientos frenéticos del director de orquesta no existen. No saben lo que se pierden. Precisamente, desde las primeras filas es posible contemplar en todo su esplendor a un director que disfruta de su trabajo con los miembros de la orquesta. Para muestra, un botón: Andris Nelsons vive con verdadera pasión esta interpretación de la Sinfonía nº 5 de Tchaikovsky. El vídeo original no tiene desperdicio.
Además, no se trata de un trabajo que pueda realizar cualquiera. Solo alguien con experiencia puede dirigir una orquesta. Los mismos investigadores de la Universidad de Maryland que citábamos antes pusieron ante un conjunto de instrumentos a un profesional y a un aficionado. La veteranía demostró ser un grado y, por si había alguna duda, la música no sonó igual.
Un director de orquesta que se precie tiene que ser capaz incluso de hacer con la boca los ‘papapapan’ de la melodía. Parece una chorrada, sí, pero es lo que le sucede a sir Simon Rattle mientras la Filarmónica de Berlín interpreta el tema principal de ‘La guerra de las galaxias’. Ya no basta con hacer los gestos con los brazos, sino también con el resto del cuerpo. No solo será útil para los músicos, sino que, además, es inevitable. ¿O acaso alguien puede oír la Marcha Imperial sin tararearla?
El culmen llega cuando algunos parecen entrar en trance y se les arruga el entrecejo. Además, de una manera única e irrepetible. Es el caso del director Kirill Petrenko, cuyas arrugas entre ceja y ceja cambian de tamaño según la intensidad de la música. Un espectáculo digno de admirar, como cuando se le hincha la vena de la frente. Eso es vivir la música, y pocos lo hacen tan bien como un director de orquesta.
Además, los directores de orquesta cumplen una función más allá de la pura guía musical o el plus que ofrecen con sus gestos y expresiones: si no existieran, no podríamos admirar el increíble pelazo que lucen algunos de ellos. Tiene poco que ver con la música, pero ayuda a que la interpretación de una pieza sea hipnótica: medias melenas bien cuidadas, probablemente con acondicionador y suavizante, que se mueven al viento al ritmo de los arcos de los violines y de las mazas de los bombos.
¿Cuál será su secreto? Solo hay que disfrutar de los rizos de Gustavo Dudamel, cuyo gracioso tintineo acompaña perfectamente el ritmo que el maestro imprime a sus obras. Si aún había alguna duda sobre la necesidad de los directores de orquesta, el asunto capilar las despeja.
Volviendo al mundo del pentagrama, otra muestra de la profesionalidad (y utilidad) de los directores de orquesta está en el siguiente GIF. Una batuta microscópica, del tamaño de un palillo de dientes, es suficiente para dirigir a un grupo de músicos profesionales. El movimiento de su mano y un punto (aunque sea diminuto) en el que fijar la vista para llevar el ritmo en el cuerpo, es suficiente.
Así que, si se pierde la batuta, no pasa nada. Pero hay algunas que valen su peso el oro y a veces han estado a punto de salir volando. Es lo que le pasó a Gustavo Dudamel, cuyo instrumento se alza de la misma manera que los arcos de los violines, pero es tan ligero que parece que va a caer en el patio de butacas de un momento a otro.
Por si había alguna duda con el parecido, una batuta no es sino una varita mágica. De nuevo sir Simon Rattle conduce una sinfonía de Schumann con la misma delicadeza con la que el hada madrina de ‘La cenicienta’ transformó una calabaza en carroza o con la que el profesor Flitwick ejecutó delante de Harry Potter el ‘Wingardium leviosa’ por primera vez. Nada de cerrar los ojos para escuchar y dejarse llevar por la música. Lo visual forma parte del espectáculo.
Al fin y al cabo, son genios que, con elegancia o sin ella, han logrado hacerse un hueco en la élite de la música. Por ejemplo, con Alondra de la Parra se nos olvidan las venas hinchadas y los locos movimientos de muñeca y nos dan ganas de acompañarla con su suave ritmo mientras dirige una obra, ‘Huapango’, repleta de sabor mexicano. ¿Acaso no contagia el espíritu de la obra? Pues para esto sirven los directores de orquesta.
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Con información e imágenes de Epic Conducting Photos
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