Nadie duda hoy en día de que el desayuno es la comida más importante del día, pero no siempre fue así. De hecho, cargar las pilas después de un reconfortante sueño gracias a una abundante taza de café, cereales y tostadas es un invento moderno y no tiene nada que ver con la salud, sino con la publicidad. Antes de las cajas de colorines y la fibra, el desayuno no era tan habitual como ahora y sus ingredientes variaban mucho más según países o costumbres.
El desayuno tiene un origen más prosaico de lo que se le presupone. Y no, tampoco tiene por qué ser la comida más nutritiva de día porque lo diga tu madre. De hecho, ellas lo dicen porque lo dice la tele. Ese aserto tiene muy pocas intenciones saludables y un origen comercial. Y una fecha: nació en 1944, cuando General Foods llanzó una campaña comercial para publicitar su marca Grape Nuts.
Durante la campaña, cuyo eslogan era “Come un mejor desayuno, cumple mejor en el trabajo”, las tiendas de ultramarinos americanas fueron forradas con pasquines que anunciaban la importancia de la primera comida del día y, en la radio, los anuncios estaban protagonizados por un nutricionista que lo confirmaba: el desayuno es la comida clave del día.
Anuncios como aquellos ayudaron a incrementar la popularidad del desayuno y los cereales. Un invento de John Harvey Kellogg, un hombre profundamente religioso que creía que su producto podía mejora la salud de los americanos. Antes de la invención de los cereales, el desayuno de los más pudientes no era diferente al resto de comidas. Las clases altas y medias abrían el día de labor con huevos, repostería, tostadas, pero también con marisco, pollo y filetes de ternera. Igual que el almuerzo o la cena.
Si nos remontamos a tiempos de los romanos, estos creían que era más sano hacer una sola comida al día, por ejemplo. Por su parte, algunos nativos americanos basaban su alimentación en frugales ingestas de comida a lo largo del día en vez de tener horas para comer institucionalizadas y, a veces, ayunaban varios días seguidos. En la Europa medieval, diferentes historiadores escriben que el desayuno era un lujo para los ricos, una necesidad para quien tenía que labrar el campo y que, en general, la gente se saltaba. Y mientras que muchos colonos americanos tenían la costumbre de comenzar el día comiendo, muchas veces ese momento del día se aplazaba hasta que los asuntos de la mañana estaban despachados.
Como casi todo en nuestra historia moderna, el desayuno como institución diaria nace con las ciudades y las migraciones campo-ciudad que acarrea la primera industrialización. En Europa este largo proceso culinario arrancará hacia el 1600 y conseguirá su máximo apogeo a mitad del siglo XIX, cuando las jornadas en la fábrica se alargaban de sol a sol. El desayuno, entonces, sí que era cuestión de supervivencia. Ya existía entonces cierta tradición en algunos lugares sobre qué comer nada más aterrizar en el mundo: sobras del día anterior, cerveza y pan con queso o embutido.
El caso español, debido al atraso secular de nuestra estructura económica y el lento tránsito hacia la industrialización, es particular. En un primer momento y en tiempos de siega o siembra, los hombres marchaban al campo con la tripa vacía y una bota de vino al hombro antes de que el sol amaneciera. Más tarde, las mujeres les llevaban la comida-desayuno-almuerzo (todo en uno) y se unían a las labores hasta la tarde, cuando se cenaba. Esa comida estaba formada por pan, embutidos tradicionales, gachas y patata. La dieta mediterránea con un aditamento puramente ibérico: el chocolate.
Pero una vez que el desayuno se estableció, la cantidad de platos comenzó a crecer. En las mesas de los más pudientes, tanto por la noche como por la mañana, la carne y los dulces eran el plato principal. Las consecuencias de tales atracones estaban cantadas: indigestiones y pesadas sobremesas. Así, en los periódicos del siglo XIX en Estados Unidos abundan columnas de médicos explicando remedios para la acidez o los gases. Como solución los americanos necesitaban un nuevo desayuno.
Los crispis, el producto definitivo
Antes de que los cereales se convirtieran en el chute de azúcar que son hoy, los americanos vieron en ellos una comida saludable y apropiada para el desayuno. Sus orígenes datan de mitad del siglo XIX y en su nacimiento aparecen ya nombres bastantes conocidos. El doctor John Harvey Kellog y sus compañeros pensaban que tanta carne y tantas especias tenían efectos negativos y que las comidas con cereales sin procesar eran mejores que el pan blanco. En este afán por mejorar la alimentación, Sylvester Graham inventó un cereal llamado ‘cracker’ en 1827. James Caleb Jackson desarrolló otro que llamó granula en 1863 y John Kellogg descubrió los ‘corn flakes’ en la década de 1890.
Las primeras versiones de este novedoso y nutritivo maná eran para valientes. No eran dulces y había que remojarlos en leche para que se pudieran siquiera tragar. Los críticos llamaban “rocas” a los de Jackson. Los primeros Kellogg’s no eran mucho mejores. Pero a la gente les gustaba y la industria del cereal pronto se expandió. Para 1903, ya había 100 compañías dedicadas al nuevo desayuno en el pueblo natal de Kellog, Battle Creek (Michigan). Era un negocio redondo. Los cereales venían a solucionar una mala alimentación de los más adinerado por sobreabundancia y, para las capas trabajadoras de la población industrial, eran un alimento conveniente y accesible.
Al mismo tiempo que la industria despegaba, Kellog creía tan ciegamente en lo que hacía que, en sus conferencias daba la receta de los cereales para que la gente los hiciera en casa. Prefería la salud de sus conciudadanos a su beneficio personal. Sin embargo, como pasa con todas las tendencias relacionadas con la alimentación, el marketing pronto tomó las riendas del negocio. En el caso de Kellog, la traición estuvo bien cerca: su hermano Will Keith Kellog, junto a uno de sus antiguos pacientes, C.W. Post, fueron dos de los emprendedores más decididos del mundo del cereal.
Tanto Will Keith Kellog como Post fundaron sus propias compañías y ambos tuvieron éxito gracias a dos ingredientes infalibles: azúcar y buena publicidad. Para la década de los 40, Post Cereals ya rebozaba sus copos de maíz con azúcar. Los hermanos Kellog, por su parte, tuvieron una agria discusión acerca de este tema. Mientras el doctor creía que era un invento del maligno, Will pensaba que era necesario para quitar el sabor de comida de caballo que tenía su producto. Tras varias correspondencias, Will acabó por imponerse y los copos de maíz comenzaron a parecerse a lo que ahora conocemos.
Aun con todo, los cereales mantuvieron su reputación de ser un producto saludable gracias a un siempre bienvenido bombardeo publicitario. Las campañas de Post afirmaban que los suyos curaban de todo. Desde la malaria a los ataques de apendicitis. Los reclamos en las cajas que vemos actualmente en las estanterías de los supermercados son cosa de niños comparados con la agresiva publicidad de entonces. Fue en los años 30 las campañas comenzaron a identificar cada producto con un animal, como Tony, el tigre de los Frosties.
Tras tanta publicidad, desde 1944 las ventas en productos para el desayuno no han dejado de crecer mientras que las de comidas y cenas o cadenas de restaurantes se mantienen estables. Sí, 1944, el año de la dichosa frase: “el desayuno es la comida más importante del día”. ¿Tenían los anunciantes un genuino interés en la salud de los americanos cuando fraguaron esa frase? En este caso, la clave puede estar en el contexto: en 1944, Estados Unidos participaba ya de lleno en la Segunda Guerra Mundial y al gobierno le interesaba tener a la tropa y los reservistas lo mejor alimentados posibles, así que se alineó con los productores de cereales.
Los estudios acerca de si es la comida más importante del día no se ponen de acuerdo. Pero eso no lo oirás de los anunciantes. El desayuno es la comida que más se salta la gente, lo que significa que ese dinero puede ir a la industria de la comida, que como decíamos arriba, está estancada. Por ejemplo, en según que grupos de población, como los ‘millennials’ el consumo de cereales baja en los últimos años por cosas tan peregrinas como que los insignes representantes de la generación mejor formada no quieren fregar los cacharros.
La próxima batalla por llenar tu gaznate está próxima. Puede que el desayuno sea la comida más importante del día, pero lo que sí es seguro es que es la más mediatizada. Y eso que hace siglos ni desayunábamos.
Con información de: Pricenomics, Gastropod, y BBC. Imágenes de Wikimedia Commons (2, 3 y 4)
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