Sean cuales sean nuestros gustos culinarios, pocas veces nos paramos a pensar por cuántos lugares ha pasado un tomate, los tipos de ingredientes que componen un cachopo o de qué tipo de gallina viene el huevo que vamos a saborear. Por eso, probablemente tampoco nos paremos a reflexionar sobre cómo afecta al medioambiente el largo camino detrás de cada bocado que damos.
Aunque somos conscientes de que comprar un coche eléctrico o mirar la etiqueta de eficiencia energética de los electrodomésticos pueden contribuir a dañar menos el planeta, solemos pasar por alto que los alimentos con los que saciamos nuestro apetito también emiten gases de efecto invernadero en su ciclo de vida.
Por ejemplo, aunque pueda parecer sorprendente, los 11.500 millones de sándwiches y bocadillos que se consumen en Reino Unido anualmente generan una huella de carbono (un indicador que mide las emisiones de gases de efecto invernadero que libera un producto o una actividad) similar a las emisiones de 8,6 millones de automóviles al año. Con motivo del Día Internacional de la Madre Tierra que se celebra este domingo, vamos a comprobar el desconocido impacto de los alimentos en el calentamiento global.
El impacto de los sándwiches: la alta huella de la carne animal
Además de ser una bomba de relojería debido a su contenido altamente calórico, comprar un sándwich de bacon, salchichas y huevos ya preparado genera una huella de carbono de 1.440 gramos de dióxido de carbono, semejante a la de un coche que circula durante 19 kilómetros.
Así lo acaba de determinar el estudio mencionado anteriormente, realizado por un grupo de investigadores de la Universidad de Manchester. Eso sí, el impacto medioambiental de un sándwich casero de jamón y queso era menor (equivalente a entre 399 y 843 gramos de CO2 ). Esto se debe a que, aunque la producción de los ingredientes de los dos sándwiches influye en gran medida en esa huella de carbono, mantener refrigeradas esas rebanadas de pan rellenas en la tienda aumenta hasta en una cuarta parte la emisión de gases de efecto invernadero. Además, el empaquetado supone hasta un 8,5 % del total.
Pero, ¿a qué se debe la huella de esos ingredientes? Por ejemplo, expertos de la Universidad de Oviedo acaban de analizar el impacto medioambiental de la producción de huevos de gallina, ya que España es uno de los principales países exportadores de estos alimentos en la Unión Europea.
Tras su análisis, determinaron que la huella de carbono de una docena de huevos es de unos 2,7 kilogramos de CO2, una cantidad que, según esos expertos, podría descender mejorando la formulación de los piensos o reutilizando las gallinas de desvieje como carne para consumo humano. Los investigadores también destacan que, en realidad, el valor de la huella es similar al de otros alimentos básicos de origen animal como la leche y muy inferior al de la carne de ternera, cerdo o cordero.
De hecho, según los estudios recopilados por la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos hace unos años, la huella de carbono de un litro de leche es de 910 gramos de CO2, mientras que la huella de la producción media de carne de ternera era mucho mayor, de 4.907 gramos de CO2 por cada kg. y la de cordero de 10.629 gramos de CO2.
De hecho, las cadenas de suministro de ganado representan el equivalente al 14,5 % de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global según la FAO (la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). De ellas, dos terceras partes se deben a la ganadería bovina a cuenta principalmente de sus emisiones de metano: los rumiantes liberan ese potente gas de efecto invernadero durante la fermentación que tiene lugar en su sistema digestivo.
Aunque lógicamente las vacas liberan metano a la atmósfera sin poder evitarlo, la FAO señala que mejorar las prácticas de cría (por ejemplo, poniendo más atención en la calidad de los pastos) o integrar la ganadería en la bioeconomía circular (reciclando y recuperando energía de los desechos animales, por ejemplo para producir biogás) son algunas formas de reducir estas emisiones.
Frutas y verduras, más verdes (también) con el medio
Los vegetarianos en particular y los amantes de las frutas y las verduras en general han de saber que la huella de carbono de los alimentos que no son de origen animal es menor, pero no inexistente. Por ejemplo, un plátano de Canarias genera 25 gramos de CO2, unos 200 gramos de dióxido por cada kilo. En comparación, un kilo de zanahorias supone 300 gramos de CO2, una huella ambiental similar a la de uno de tomates o aceitunas. El uso de fertilizantes, maquinaria o la gestión del suelo sobre el carbono almacenado son algunos de los factores que influyen en ese impacto.
Por eso, según un estudio publicado en PubMed, una dieta rica en frutas y verduras y con una presencia menor de carne de vacuno como la mediterránea deja una huella de carbono bastante menor. Los investigadores llegaron a esa conclusión después de analizar 448 comidas con sus respectivas cenas del Hospital Juan Ramón Jiménez de Huelva y compararlos con los platos ingeridos en Reino Unido o Estados Unidos.
Otro reciente trabajo publicado en Environmental Research Letters estima que dejar la carne por una dieta basada en verduras evitaría la emisión de 0,8 toneladas de gases de efecto invernadero por persona anualmente. Es más, evitar los vuelos en avión, vivir sin coche o incluso tener menos hijos son otras de las acciones que reducirían nuestra huella. Sin embargo, lógicamente, cambiar nuestro de estilo de vida de forma drástica no parece la mejor solución.
Cambiar la dieta y no desperdiciar la comida
Para reducir la huella de carbono, existen medidas menos radicales que despedirte del jamón o los chuletones, si bien es necesario tener en cuenta que, lógicamente, las empresas detrás de las explotaciones ganaderas y agrícolas deberían preocuparse previamente por calcular ese impacto y reducirlo.
Potenciar el consumo de frutas, verduras, cereales y legumbres o consumir alimentos naturales en lugar de procesados (que además tienen niveles altos de grasa, azúcar y sal) son algunos de los consejos del Fondo Mundial por la Naturaleza, mientras que Ecoembes (la organización medioambiental que promueve la sostenibilidad a través del reciclaje) recomienda potenciar el consumo de productos frescos, de temporada y cercanos (o de kilómetro cero), ya que en la producción, conservación y transporte se consume mucha energía.
Por otra parte, no desperdiciar la comida también es fundamental. Hace unos años, la FAO estimó la huella de carbono del despilfarro de alimentos en 3.300 millones de toneladas de CO2 al año, lo que equivale al consumo del tercer emisor de CO2 más grande del mundo después de Estados Unidos y China.
Se estima que un 20% de este desperdicio ocurre en los puntos de venta tales como cafeterías, restaurantes y locales de comida rápida o basura. Además, destacó que un bajo porcentaje de los alimentos desperdiciados es compostado, pese a que las emisiones de metanos de los vertederos son una de las principales fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero en el sector de residuos.
Los alimentos que nos llevamos a la boca tienen un impacto en el medioambiente, así que, en el Día de la Tierra, ser conscientes de la huella que dejan desde que se producen hasta que los ingerimos (o los desechamos) puede ayudarnos a comprender la importancia de cuidar un poco más nuestro planeta.
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Las fotos son propiedad de Pixabay.
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