Cuatro barras de luz se deslizan por el escenario, a oscuras, acompañadas por inquietantes sonidos electrónicos. Se adivinan sobre ellas las piernas del puñado de bailarines que ora pisan, ora sortean las líneas luminosas representando, a través de una danza tecnológica una obra escrita hace más de dos siglos por el poeta y pintor inglés William Blake.
Quienes han tenido la suerte de contemplar semejante espectáculo, creado por la compañía de danza Instituto Stocos y exhibido en Madrid este mes, han podido comprobar que los algoritmos también tienen cabida en el ‘El matrimonio del cielo y el infierno’ del dramaturgo británico.
El equipo de Stocos, fundado por la bailarina y coreógrafa Muriel Romero y el compositor Pablo Palacio, lleva una década desarrollando programas para diseñar fascinantes espectáculos en los que los bailarines interactúan con la música y los efectos visuales gracias a sensores colocados sobre su cuerpo.
En el caso del espectáculo inspirado en la obra de Blake, emplean modelos por ordenador y algoritmos inteligentes propios desarrollados en el marco del proyecto WhoLoDance de la Unión Europea. El objetivo de esta iniciativa es preservar el patrimonio coreográfico europeo —los pasos básicos de cuatro géneros: flamenco, danza clásica, contemporánea y danzas griegas— mediante técnicas de captura y análisis del movimiento.
El trabajo de estos artistas es un ejemplo de cómo la tecnología y la danza no solo no están reñidas, sino que pueden aunarse en una deliciosa receta escénica. Como ellos, otros investigadores, ingenieros y coreógrafos de todo el mundo emplean herramientas digitales para crear y representar maravillosos espectáculos que no dejan a nadie indiferente.
Síntesis de voz y rayos láser
Una de las claves para obtener resultados innovadores está en la exploración. Romero y Palacio plasman en los escenarios el resultado de sus investigaciones sobre “la expansión de la energía corporal de la danza a otras modalidades sensoriales de la mano de la tecnología”. Estos visionarios aseguran que “la inteligencia artificial, la biología, las matemáticas y la psicología experimental se pueden bailar”.
El título del poeta inglés no fue elegido al azar: el dramaturgo británico se adelantó a su tiempo para anticipar ideas de la neurociencia moderna y romper con la escisión entre el cuerpo y el alma humana, entre lo racional y la imaginación. En el espectáculo de Stocos, el pensamiento analítico aparece representado como el cielo, mientras que el infierno simboliza la creatividad y la intuición.
La compañía muestra estos conceptos antagónicos a través de la relación entre la tecnología y el cuerpo. Durante la pieza se escuchan voces distorsionadas y sonidos sintéticos que, en ciertas partes de la obra, se conectan con los movimientos de los bailarines a través de los sensores que estos llevan repartidos por su anatomía.
La luz también se mueve al compás de los danzantes gracias a los láseres que tienen adheridos a sus extremidades y que proyectan sobre el escenario figuras brillantes. Por otro lado, modelos basados en la inteligencia de enjambre generan contornos lumínicos que envuelven a los actores: como aseguraba Blake, “la razón es el límite o la circunferencia exterior a la energía corporal”.
Improvisación algorítmica
Además de permitirnos disfrutar de espectáculos multisensoriales, la tecnología abre las puertas a los bailes creados por ordenador. Es decir, en lugar de ser el artista quien decide los movimientos en una improvisación, ¿por qué no dejar la tarea a los ordenadores?
La coreógrafa inglesa Kate Sicchio, responsable junto con el artista Nick Rothwelldel del proyecto ‘Hacking Choreography 2.0’, sabe que la estrategia no solo funciona, sino que da lugar a obras maravillosas. En sus espectáculos, los intérpretes siguen los pasos de baile que genera en vivo un algoritmo inteligente y que un proyector se encarga de reflejar sobre el escenario.
Lejos de utilizar indicaciones al uso, el ‘software’ le marca los siguientes movimientos a través de un código de programación visible en una pantalla situada detrás de los bailarines. De esta manera, mientras danzan, el público puede observar los cambios que se producen en el programa en tiempo real.
Además, Sicchio ha creado un sistema inteligente que, basándose en sus propios gestos y gracias al ‘machine learning’, es capaz de generar nuevos movimientos para los intérpretes. Aunque estos tienen la última palabra para decidir que postura adoptarán, utilizar la inteligencia artificial da lugar a nuevas posibilidades impensables para los coreógrafos humanos.
Danza basada en inteligencia artificial
A la anterior conclusión ha llegado también la artista y coreógrafa caribeña Valencia James, impulsora del proyecto Ai_am para estudiar cómo la inteligencia artificial puede contribuir al avance del arte contemporáneo y viceversa.
Junto con el ingeniero y desarrollador sueco Alex Berman, James ha creado un avatar inteligente que no solo explora los movimientos que le enseñan, sino que es capaz de inventarse otros nuevos. “Pensaba que la profesora iba a ser yo, pero resulta que el avatar me ha abierto un mundo de nuevas posibilidades y movimientos”, admite la artista, que los ha utilizado para componer coreografías.
Otro de los resultados de la colaboración entre ambos expertos es el espectáculo ‘Kinetic dialogues’, en el que un bailarín interpreta en tiempo real los movimientos que el avatar ejecuta en una pantalla.
Pero este tipo de herramientas no solo son capaces de generar nuevos pasos de baile. Los ingenieros de la compañía japonesa Yamaha han hecho posible un proceso bien distinto: han desarrollado un sistema de inteligencia artificial que traduce el movimiento al lenguaje de la música.
Empleando los datos recogidos por sensores colocados en el cuerpo de los bailarines, el ‘software’ es capaz de transformar sus movimientos en notas musicales que luego se tocan al piano. Así, en lugar de danzar al ritmo de las melodías, son los propios bailarines quienes crean con su baile las partituras que interpretan.
La empresa ha estrenado su tecnología a principios de este mismo año, nada más y nada menos que durante un concierto de la Orquesta Filarmónica de Berlín en Tokio. Además de los músicos, el protagonista del debut fue el bailarín japonés Kaiki Moriyama que, con sensores en la espalda, las muñecas y los pies, ofreció un increíble espectáculo.
Aunque no tienen pinta de entrar en las listas de éxitos, las melodías creadas por los algoritmos de Yamaha tienen sentido y no suenan del todo mal. Utilizando los datos de movimiento, el sistema de inteligencia artificial compone música en formato MIDI, que el reproductor de un sofisticado piano de la marca japonesa traduce a notas de sonido.
Tanto la exhibición de Morihama como las coreografías y representaciones creadas por todos estos artistas e ingenieros dejan claro que la inteligencia artificial ha llegado al mundo de la danza para quedarse (y, de paso, mejorarlo). Con un poco de suerte, este tipo de sistemas enseñarán también a los robots a menear el esqueleto como es debido en las pistas de baile.
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Con información de Elpais.com, Mataderomadrid.org, Hojaderouter.com, Valenciajames.com, Enter.co y Redinnova.com. Las imágenes son propiedad de WhoLoDance.
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