Despertar con los regalos debajo del árbol y comer roscón con chocolate son los momentos que nos hacen esperar con ilusión el día de Reyes, sobre todo si tenemos niños a nuestro alrededor. El 6 de enero es la fecha marcada en el calendario, pero muchas de las tradiciones que asociamos a este día tan señalado tienen poco que ver con el origen de la celebración.
La historia de los Reyes Magos se ha ido escribiendo con los años, adaptándose a los tiempos y convirtiéndose en la fiesta de la que todos disfrutamos hoy en día. Y eso que al principio ni eran reyes, ni eran verdaderos magos ni se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar. ¿Quieres saber más sobre ellos? Pues aquí van los detalles más curiosos:
¿Cuál es el origen de los Reyes Magos?
El origen está en la Biblia, concretamente en el evangelio de Mateo, aunque son pocos los detalles de la actual tradición que se mencionan en el breve pasaje, y ninguno de los otros evangelistas canónicos hace referencia a los magos.
Mateo solo habla de ellos como unos “sabios” o “magos” de Oriente (depende de la traducción) que llegaron a Belén siguiendo una estrella que les anunciaba el nacimiento del rey de los judíos, al que presentaron una ofrenda de “oro, incienso y mirra”. No dice por ninguna parte que fueran reyes, cuántos eran ni cómo se llamaban. Ese tipo de detalles son añadidos posteriores, algunos basados en los evangelios apócrifos y otros surgidos por diversas razones en distintos momentos.
¿Qué pintan unos magos en la Biblia?
La religión y la magia nunca se han llevado bien, pero la presencia de estos tres magos en el evangelio de Mateo tiene una explicación muy razonable. No se refería a hechiceros como Merlín, sino a magos con el significado de sabios, de estudiosos de las estrellas. En la época, los astrólogos eran hombres de ciencia que a menudo asesoraban a los reyes, y sus conocimientos en materias como la astronomía o las matemáticas eran tales que a menudo se confundían con la magia.
De que ellos mismos fueran reyes, como anticipábamos, no se dice nada en el relato bíblico. Fue Cesáreo de Arlés, un teólogo que vivió entre los siglos V y VI, el primero que los llamó de esa manera, probablemente por la importancia terrenal que la figura del rey cobraba en la Edad Media (por aquel entonces, en su Francia natal, Clodoveo I inauguraba la primera dinastía).
¿Por qué son tres?
No siempre lo han sido. En la iconografía de los primeros siglos después de Cristo aparecen dos, tres y hasta cuatro personajes, y los armenios hablan de 12 magos que representaban a las 12 tribus de Israel. La única pista que dejó Mateo en su relato bíblico es el número de obsequios que portaban, que fue lo que llevó en el siglo III al teólogo Orígenes, uno de los padres de la doctrina cristiana, a fijar la cifra en 3. Fue más tarde, en el siglo V, cuando el papa León I le confirió oficialidad al número que, además, tiene obvias connotaciones sagradas (la trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo).
También es posible que hayas oído hablar de un cuarto mago, de nombre Artabán, que habría interrumpido su camino para curar a un viejo moribundo y que, por esa causa, llegaría tarde a Judea, donde se encontró con la matanza de inocentes de Herodes. A un soldado que iba a degollar a un infante le ofrece el rubí que llevaba para regalar a Jesús, razón por la cual es apresado y encarcelado durante treinta años, justo hasta la crucifixión de Cristo, a la que tampoco asiste por salvar a una niña que iba a ser vendida como esclava. Este personaje procede del cuento navideño ‘El otro rey mago’, del teólogo estadounidense Henry Van Dyke, y su popularidad se debe a lo conmovedor de la historia.
¿De dónde provienen?
Se dice en la Biblia que proceden de Oriente, lo cual probablemente fue un elemento simbólico introducido para reflejar la universalidad del cristianismo. Lo que quería decir con Oriente, más allá de esa procedencia exótica, es más difícil de determinar: Babilonia, Persia, Arabia… o quizá alguna tierra aún más lejana.
No obstante, el papa Benedicto XVI propuso una teoría diferente. Tal y como escribió en su libro ‘La infancia de Jesús’, es probable que los Reyes Magos vinieran de Tartessos, una zona que los historiadores ubican entre Huelva, Cádiz y Sevilla. De ser así, sus majestades no serían de Oriente, sino de la actual Andalucía.
¿Por qué se llaman Melchor, Gaspar y Baltasar?
Lo cierto es que cada cultura ha dado diferentes nombres a estas figuras. Para los griegos fueron Appellicon, Amerín y Damascón; para los hebreos, Magalath, Galgalath y Serakín; para los etíopes, Hor, Karsudan y Basanater; para los armenios, Kagpha, Badakharida y Badadilma.
Las primeras referencias a sus apelativos actuales están en un par de textos del siglo V: en uno se hace referencia a ellos como Melichior, Gathaspa y Bithisarea y en el otro como Melkon, Gaspard y Balthazar. Es en un famoso mosaico de mediados del siglo VI en la basílica de San Apolinar el Nuevo (en Rávena, al norte de Italia) donde aparecen escritos sobre sus cabezas, en latín, los nombres que utilizamos hoy en día: Melchor, Gaspar y Baltasar.
¿Qué fue realmente la estrella que llevó a los Reyes a Belén?
Son múltiples las teorías de la ciencia al respecto, y cada año por estas fechas se suma alguna nueva. Es común representar la estrella con aspecto de cometa, con una cola fulgurante, pero esta hipótesis no parece muy probable porque el principal candidato, el cometa Halley, surcó el cielo varios años antes de la fecha en que se estima que nació Jesús. Además, los cometas eran vistos en aquella época como nefastos augurios y no como los portadores de una buena nueva.
Otra tesis es que se trataba de una nueva estrella, una nova o supernova, pero no tenemos constancia de que alguna comenzase a brillar en el cielo por aquel entonces. Podría ser, ya que no hay registros ni se realizaban observaciones rutinarias en tiempos tan remotos, pero científicos como los del prestigioso Instituto de Astrofísica de Canarias consideran más probable que lo observado por los Reyes Magos se debiera a una combinación de varios fenómenos astronómicos. Uno de ellos, el más posible según la reciente teoría de un académico escocés, sería alguna de las poco frecuentes conjunciones planetarias que se produjeron en aquellas fechas.
¿A qué se debe su popularidad?
Si su presencia en la Biblia era tan escasa y, por tanto, tan pocos los detalles que se conocían sobre las figuras de los tres magos, ¿cómo es posible que se hicieran tan populares? Para responder a esta pregunta debemos remontarnos hasta los tiempos del emperador Constantino, que legalizó el cristianismo en el año 313, y hablar de la figura de su madre, Elena de Constantinopla.
Fue ella quien organizó una expedición en busca de la tumba de los magos, que según la tradición persa se encontraba en Saba, y trasladó sus supuestos restos mortales a Constantinopla, donde los mandó enterrar en la basílica de Santa Sofía, lo que fomentó el culto a estas figuras. Más tarde, los restos llegaron a Milán como un regalo del emperador Constantino al arzobispo Eustorgio.
¿Y dónde están sus restos ahora?
Durante ocho siglos fueron la reliquia más venerada de la capital del norte de Italia, hasta que el emperador germánico Federico Barbarroja tomó y saqueó la ciudad en 1164, y se llevó los restos de los magos a Colonia. Allí han permanecido desde entonces, dando un nuevo vigor no solo al culto a los Reyes Magos, sino al turismo en esta urbe alemana que, con su catedral cumbre de la arquitectura gótica en la que se guardan las reliquias, casi hace sombra a Santiago de Compostela como lugar de peregrinación.
¿Por qué traen carbón a los niños que se portan mal?
Es todo un clásico: durante los meses previos a la esperada noche de Reyes, los padres recuerdan constantemente a sus hijos que se deben portar bien si quieren sus regalos. Si no, lo que encontrarán bajo el árbol será un trozo de carbón (dulce, pero carbón al fin y al cabo). Esta tradición, de origen incierto, se basa en la figura de un paje de los Reyes Magos, el paje Carbonilla, encargado de vigilar a los niños durante el año y de dejar carbón en los hogares de aquellos que no han sido buenos la noche del 5 al 6 de enero.
Quizá la versión más curiosa es la que existe en Navarra y País Vasco, donde el personaje del Olentzero, un carbonero orondo (y algo borrachín) que vivía en el monte con su mujer Mari Domingi, y al que no le gustaban nada los niños, era el responsable de dejar el trozo falso y azucarado de mineral en las casas. A día de hoy también deja los regalos, pues ha tomado elementos modernos de las figuras de Papá Noel y los Reyes Magos.
¿Por qué comemos roscón?
Hay quien relaciona este famoso dulce navideño con una representación comestible de la corona de Adviento; pero, dado que la tradición de esta corona es muy posterior a la del roscón en España, parece poco probable. Mucho más plausible es que provenga de las celebraciones en honor al dios Saturno que se producían en la antigua Roma, las llamadas Saturnales, en las que se festejaban los días más largos que se empezaban a dar tras el solsticio de invierno.
Era tradición entonces preparar unas tortas redondas con higos, dátiles y miel en las que, a partir del siglo III, se introducía un haba seca. Por entonces era una fortuna que te tocase, igual que en los primeros testimonios sobre el roscón en España. Más recientemente, con la popularización del dulce, se ha introducido el elemento de la mala suerte, por el cual quien se tropieza con el haba (o el objeto que sea) ha de pagar ese o el próximo roscón.
Si es lo que se lleva en tu casa, ojalá no te topes con el regalito. Y si resulta que está justo en tu trozo del roscón, piensa en los paquetes que has abierto un rato antes y vuelve a considerarte afortunado o afortunada. Al fin y al cabo, rascarse el bolsillo para disfrutar de un rato agradable en un día mágico y en compañía de los seres queridos es el mejor de los regalos.
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Con información de Tiempo, Muy Historia, Huffington Post, Punto Cero y Prensa Libre. Imágenes de Wikimedia Commons.
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