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Reglas inventadas que hacen más divertidos los juegos de mesa

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Durante estos días es probable que nos hayamos plantado varias veces delante de un tablero o una baraja de cartas para echar un rato divertido con nuestra familia. Muchas veces jugamos con normas que nunca nos hemos molestado en contrastar con las instrucciones oficiales del juego, preferimos la tradición oral o las ‘reglas de la casa’. Por ello, quizás nos sorprendamos saber que la persona que cae en la cárcel del Monopoly debería seguir cobrando por sus propiedades o que cuando un jugador cae en una calle y nadie quiere comprarla, esta se subasta a un precio menor.

Las cartas, por su parte, también dan lugar a multitud de versiones caseras y seguramente muchos juguemos a una forma alejada de la oficial en partidas del Uno o el Presidente. Hasta la propia Federación Española del Dominó prohíbe expresamente en su reglamento golpear la mesa con las fichas, uno de los rito más arraigados en cualquier partida de pueblo entre mayores. Repasamos normas caseras y populares que han ido modificando la versión oficial de los juegos a lo largo del tiempo.

Toda una vida jugando mal al Monopoly

El Monopoly es uno de esos juegos que nunca falta en casa. Se trata de un juego de mesa del que no mucha gente ha leído las instrucciones, y lo más seguro es que se haya transmitido durante generaciones una forma de jugar un poco alejada de la oficial, por lo que es posible que lleves toda la vida jugando mal al Monopoly si te suenan raras estas reglas.

Tener que esperar a dar una vuelta al tablero para poder comprar propiedades al principio es la primera regla que nos hemos sacado de la manga. En las instrucciones dice que puedes comenzar comprando una propiedad desde que arranca la partida. Existen casillas que no tenemos muy claro como funcionan, como la de ‘Parking Libre’, donde según las normas el jugador que llega se lleva todos los impuestos recaudados en el centro del tablero… Sin embargo, la mayoría utiliza la casilla como un punto del tablero donde no ocurre nada.

Otra que da lugar a muchas normas inventadas es la cárcel, donde los jugadores más envidiosos condenan a los encarcelados a no disfrutar de las recaudaciones de sus propiedades mientras permanecen entre rejas. En las reglas oficiales no aparece nada relativo al voto de pobreza en prisión, tan solo impide comprar propiedades mientras se cumple condena.

Muchas veces las reglas caseras surgen para mejorar los juegos y sus defectos, aunque en el caso del Monopoly no está tan claro. Por ejemplo, casi nadie conoce que las calles, cuando se ha pasado por la casilla y nadie quiere comprarlas, se deben subastar. Esto significa que se pueden abaratar las propiedades y agilizar un poco el juego. Como cuando alguien pierde por quedarse sin dinero, que suele entregar todas sus propiedades a la banca y el resto de jugadores deben hacer varias rondas para volver a comprarlas. En realidad, según el reglamento, todas las calles del perdedor deben ir a la persona a la que debe dinero, lo que significa que las partidas podrían ser mucho más veloces.

Juegos tradicionalmente distorsionados

A veces hay que saltarse las normas para mejorarlas, y muchos de los juegos tradicionales serían más aburridos sin sus versiones extraoficiales. En las cartas, los ejemplos se pueden contar por docenas: todos hemos jugado con un amigo o familiar de otro pueblo o comunidad autónoma que nos ha aportado sabiduría con sus normas propias o interesantes modificaciones que hacen más trepidantes las partidas. Quizás el juego de cartas con más versiones distintas sea el Presidente, o conocido por otros nombres menos políticamente correctos como ‘el culo’.

En la versión oficial, la carta de mayor valor es el 2 de oros y se va descendiendo, pasando por el as, el rey, el caballo… hasta llegar al 3. El juego consiste en tirar siempre una carta mayor a la del centro o pasar turno, pero muchas personas incluyen la norma propia de poder igualar la carta con una del mismo valor para saltar al contrincante. También está quien establece que el as es una carta comodín, o que el tres vale lo mismo que el rey: existen todo tipo de pequeñas modificaciones que dan identidad al juego dependiendo del lugar o la tradición familiar.

Con el Uno, un juego de cartas más moderno, ocurre algo parecido. La gente suele pasar del reglamento oficial y seguramente hayas jugado en partidas en las se haya visto de todo, desde utilizar una carta repetida (en número y color) para cambiar tu mano entera con el de la izquierda, o gente que se permite el lujo de lanzar las cartas de +2 y +4 que quiera a la vez (algo prohibido en las instrucciones). Conscientes de esta creatividad, la empresa Mattel ahora incluye 4 cartas en blanco dentro de los mazos del Uno, para que los jugadores se inventen 4 naipes y normas nuevas a su gusto.

Otra versión no oficial que goza de buena fama es la del dominó cubano, que en lugar de 28 fichas utiliza nada menos que 55 (30 pares y 25 impares). Este estilo, que se desarrolló en las calles del país caribeño, también se juega distinto. En lugar de repartirse todas las fichas, se reparten 40 (10 por persona) y se dejan otras 15 “dormidas” en una esquina de la mesa sin que las vea ningún jugador. De esta forma los jugadores no pueden adivinar las fichas que tiene el otro, por lo que aumenta la impredecibilidad y la intensidad de la partida hasta el último momento.

Y es que al final todos adaptamos los juegos a nuestros códigos, como los que aceptan pulpo como animal de compañía o las personas que en lugar de sumar un punto por respuesta correcta en el Scattegories se apuntan 10, para que si las respuestas entre compañeros fuesen la mismas sumasen solo 5 puntos (situación que no sumaría puntos según el reglamento). Pero es que las normas oficiales del dominó también prohíben expresamente enfatizar o golpear la mesa con las fichas, una costumbre tan relajante como inamovible. Porque los juegos están para divertirse, y las reglas… para que nos pongamos creativos si no nos gustan.


 

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