¿Alguna vez te has preguntado quién tuvo la genial idea de colocar a un helado un palo para que fuera más fácil de comer? Lo creas o no, fue obra del azar, que hizo acto de presencia el invierno de 1905 en la casa en la que vivía el pequeño Frank W. Epperson, un niño del Área de la Bahía de San Francisco que creó los polos de hielo que aún hoy seguimos degustando. Porque ocurre en ciertas ocasiones que, sin saber cómo ni porqué, alguien se topa con la suerte en algún lugar del mundo para acabar creando un nuevo producto que pervive durante décadas. Así que la próxima vez que te lleves un polo a la boca, piensa en esto: estás disfrutando de los frutos del trabajo de un emprendedor de 11 años.
Todo ocurrió así. Aunque las temperaturas de aquel invierno de principios del siglo XX no invitaban a tomarse algo fresco en el porche, al bueno de Frank le apetecía y decidió poner en un vaso soda edulcorada con agua, una bebida que se había puesto de moda por entonces. Justo en el momento en que removía la mezcla con una cuchara de madera para conseguir que ambas sustancias se combinasen, sus padres le llamaron desde el interior de la casa y tuvo que regresar, olvidando en el exterior la bebida que iba a tomarse. A la mañana siguiente, se encontró que el líquido se había congelado, así que lo retiró del recipiente tirando de la cuchara que utilizó para remover la soda y comenzó a chuparlo hasta que acabó con su refrescante (y fortuito) invento.
Así de fácil y sencillo. Ni corto ni perezoso, Frank W. Epperson decidió empezar a vender su creación helada entre sus amigos del vecindario, a la que llamó ‘Epsicle’ (mezclando su apellido con la palabra ‘icicle’, que significa «carámbano»). En 1923, un Epperson más crecidito decidió expandir las ventas más allá de su vecindario y comenzó a vender su polo helado en Neptune Beach, un parque de atracciones cercano apodado el Coney Island de la Costa Oeste y que floreció en los días previos a la Gran Depresión. El parque tenía montañas rusas, carruseles y una piscina enorme; y los visitantes consumieron con entusiasmo Epsicles y granizados de sirope de frutas (que también hicieron su debut en el Neptune).
Animado por este éxito, y para evitar que alguien se apropiase de su idea, Epperson solicitó una patente para su «dulce helado de apariencia atractiva, que se puede consumir convenientemente sin contaminarse por el contacto con la mano y sin la necesidad de un plato, cuchara, tenedor u otro adminículo». Era junio de 1924 cuando presentó la patente de este invento casual que se encontró casi por arte de magia entre sus manos.
Eso sí, cuando decidió al cabo de los años que quería ampliar el negocio para poder llegar a muchos más clientes y sorprenderles con aquel nuevo producto, tuvo que ingeniárselas para ir más allá de una taza congelada en el porche y depurar más el proceso de fabricación. Ya no bastaba con dejar a la intemperie la mezcla de agua y soda como hizo aquel invierno, así que Frank tuvo que estudiar el proceso y detallarlo en el documento que atestiguaba que él era el creador del polo de helado. También los hijos de Epperson lo instaron a cambiar el nombre del polo hacía un lado más comercial, bautizándolo como ‘Popsicle’.
Uno de los detalles más llamativos que incluía la patente número US1505592 era el recipiente donde más eficaz y cómodo resultaba fabricar estos polos. Este no era otro que los tubos de ensayo. Su intención era sacar partido a estos instrumentos propios de cualquier laboratorio que se precie porque, como describía, eran ideales para que el palo se mantuviera erguido y no acabase inclinado hacia un lado u otro, tal y como podría ocurrir en caso de optar por una taza o un vaso, cuyo diámetro es mayor.
Además, el creador del polo ya apuntaba que los palos, que debían estar hechos de madera de abedul o álamo, no debían ser cilíndricos para que tuvieran una mayor adherencia y daba instrucciones claras de cómo debían prepararse. “El tubo se llena parcial o totalmente con un jarabe de cualquier sabor, principalmente hecho de agua con proporciones adecuadas de materia aromatizante, natural o sintética, y azúcar”, apuntaba en la patente Frank W. Epperson.
Y ahí no acababa todo. De hecho, apenas dejó margen alguno a la improvisación: desde apuntar que se debían presionar los palos para que en todo momento estuvieran en contacto con el fondo del tubo de ensayo, hasta que se podían colocar en packs como hacían los científicos en el laboratorio, pasando por el hecho de que serían necesario contar con una cámara de refrigeración que fuera capaz de congelar la mezcla en seis minutos, como máximo. Para retirarlo, Frank había comprobado que si los tubos se bañaban en agua tibia era sumamente sencillo retirar la mezcla que, con las paredes tan lisas del tubo, tenía un aspecto que incitaba a comerlo cuando la humedad atmosférica se condensaba.
No obstante, a medida que la producción aumentaba, cada vez era más complicada la fabricación de estos productos, pues el vidrio es un material difícil de manejar y existen más posibilidades de que acabe hecho añicos en mitad de las maniobras industriales que se deben realizar. ¡Y nadie quiere encontrar pequeños trozos de vidrio en su polo!
En la época entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la industria química consiguió avanzar en la fabricación de plásticos que ofrecían garantías suficientes como para servir de moldes a los polos helados, razón por la cual acabó por extenderse su uso. A día de hoy, son muchos los fabricantes que antes de congelar la mezcla la agitan, de forma que los cristales de hielo comienzan a formarse y se mantienen más pequeños y redondos, dando al resultado final una textura más lisa.
Pero para cuando las nuevas técnicas llegaron, el bueno de Frank W. Epperson había abandonado por completo el negocio de los polos. Cinco años después de haber patentado aquel primer polo helado que aún a día hoy podemos comer sin pringarnos las manos, un Epperson en quiebra vendió los derechos de su marca, Popsicle, a la compañía Joe Lowe Company en 1929. De aquella decisión se arrepintió el resto de sus días, pues la empresa que siguió comercializando aquel sencillo pero atractivo producto consiguió llegar a todos los rincones del territorio norteamericano, catapultando el invento de Epperson a éxito nacional.
Se estima que por entonces se vendían 8.000 Popsicles en un día solo en el parque de atracciones de Coney Island, en Brooklyn. Apenas algunos años después debutó el Popsicle de doble palo. Fue en el apogeo de la Gran Depresión; y era el único con dos palos que permitía a dos niños hambrientos compartir un polo fácilmente, por el mismo precio que uno.
Posteriormente la gigantesca corporación de alimentos Unilever adquirió la marca Popsicle en 1989, expandiendo el concepto más allá de sus sabores afrutados originales. Así el polo helado ha llegado hasta nuestros días siendo uno de los productos más demandados por grandes y pequeños cuando el calor hace mella.
De haber seguido adelante con los derechos de la creación con la que le obsequió el azar en 1905, ¿qué habría sido de Frank W. Epperson y su familia? Eso nunca lo sabremos: «Estaba con muchas deudas y tuve que liquidar todos mis activos», recordó en una entrevista muchos años más tarde, poco antes de morir en 1983. »No fui el mismo desde entonces». De lo que sí estamos seguros es de que la suerte tal y como viene puede marcharse, así que mejor aferrarse a ella y mantenerla a buen recaudo por lo que pueda pasar.
Frank Epperson y su nieta Nancy en el 50 aniversario del polo de hielo
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