En un reciente experimento de Christoph Bartneck, Michel van der Hoeken, Omar Mubin, y Abdullah Al Mahmud de la Universidad Técnica de Eindhoven se pedía a los participantes que apagaran un robot.
El resultado del experimento es que la mayoría de la gente se lo piensa más, hasta tres veces más, si el robot exhibe un comportamiento que se pueda calificar de agradable, si te pide amablemente que no lo apagues.
Claro que también están las personas que dicen que harían exactamente lo contrario justo si un robot les pidiera que no solo no se lo pensarían sino que lo apagarían tan rápido como pudieran.
Y es que una cosa es encontrarse con robots que hacen trabajos automatizados o peligrosos, como examinar el interior de una central nuclear, que van a sitios a los que no podemos ir fácilmente o en absoluto, como una fosa abisal o el planeta Marte y otra muy distinta pensar que algún día tendremos que relacionarnos de alguna manera con ellos.
Segúnun estudio de la Unión Europea, Public attitudes towards robots, hasta un 80 por ciento de los entrevistados están de acuerdo en que los robots son necesarios para hacer los trabajos demasiado duros o peligrosos de los que hablábamos antes, pero un 60 por ciento de esos mismos entrevistados piensan que no pintan nada al cuidado de mayores, niños, o personas con discapacidades.
Porque, ¿cuántos de nosotros seríamos capaces de dejar a nuestros hijos o a nuestros mayores al cargo de un robot programado para eso?
Pero es que aunque suene –y por ahora sea– ciencia ficción, hay unas cuantas empresas en Japón, que en especial con la gente mayor se enfrentará en los próximos años a un serio problema para poder atenderla adecuadamente dado el envejecimiento de su población, que están trabajando en este tipo de desarrollos.
O está también, por ejemplo, el caso de Devon Carrow, un niño de siete años que vive en Nueva York, que dado que sufre de múltiples alergias envía a un robot a clase en su lugar, para poder seguirla mediante cámaras y micrófonos que este incorpora; a su vez sus compañeros y profesores pueden verlo y oírlo a él gracias a un monitor y unos altavoces que lleva el robot en el sitio aproximado de la cabeza.
Así que parece que, queramos o no, cada vez está más cerca el valle inquietante del que hablaba Masahiro Mori allá por 1970, ese momento en el que empezaremos a sentir un rechazo cada vez más fuerte frente a los robots porque estos se empiezan a parecer cada vez más a nosotros.
Aunque de todas formas igual tenemos que plantearnos antes qué va a pasar cuando nosotros mismos seamos los que modifiquemos nuestros propios cuerpos gracias a la tecnología, ya sea en forma de prótesis, con todo lo que ello conlleva de cara a pensar en los derechos de los cyborgs, ya sea en forma de dispositivos como las Google Glass que no sé si más que humanos, pero humanos distintos sí que parece que nos van a hacer.