Dada la cantidad de sensores y procesadores que llevan coches, autobuses, motos, camiones y similares a bordo en la actualidad, lejos quedan ya los tiempos en los que la única forma de saber algo sobre el estado de un vehículo era echarle un vistazo al cuentakilómetros y al estado físico de este, pues en la actualidad llevan dentro poco menos que el equivalente a la caja negra de un ación.
Claro que esto abre el debate sobre quién ha de tener acceso a todos esos datos y para qué.
Parece claro que al dueño o conductor le puede venir de perlas que el coche le avise de que una de las ruedas está baja de presión, que lleva más de dos horas conduciendo y que a pocos kilómetros hay un agradable café en el que hacer un descanso, o que debería repostar antes de pasar la próxima gasolinera.
Incluso hay fabricantes que están experimentando con instalar monitores cardíacos, de presión arterial, y de respiración en sus vehículos para monitorizar la salud del conductor en aras a mejorar la seguridad.
Pero estos datos también pueden ser recopilados por el fabricante, incluyendo muchos a los que el usuario no tiene acceso, para ver cómo va el coche.
Y normalmente al usuario nadie le pregunta si está de acuerdo en que se recopilen todos esos datos, algo que no debería ser así.
Porque… ¿Qué pasaría si un conductor va rutinariamente por encima de los límites de velocidad? ¿O si nunca se abrocha el cinturón de seguridad? ¿Estaría legitimado el fabricante para pasar la información a las autoridades?
Probablemente no, pero es que aunque suene a algo inverosímil en su momento TomTom vendió a la policía holandesa datos históricos de velocidad de sus usuarios que luego sirvieron para colocar controles y radares estratégicamente.
Así que aunque parece claro que disponer de vehículos «inteligentes» puede ser de ayuda en muchos casos, también parece claro que habrá que poner al día las leyes que regulan el acceso a todos esos datos.
Foto: 225-245 1936 DeSoto AirStream 2 Door Coupe, CC por Bill McChesney.