¿Quién iba a pensar hace un par de décadas que la humanidad viviría dominada en el futuro por las pantallas? ¿O que coches, frigoríficos y hasta cepillos de dientes serían un día calificados de inteligentes? Si cuando tu abuelo era niño alguien le hubiera colocado una tableta entre las manos, probablemente la habría utilizado para deslizar sus canicas. Y con razón.
Que la tecnología avanza a la velocidad de la luz no es nada nuevo, ni tampoco que dentro de otros 20 años existirán dispositivos que la sociedad actual ni imagina. Sin embargo, hay veces que las predicciones y la ambición de ingenieros y científicos se dan de bruces contra un muro de realidad. Muchos inventos anunciados como la panacea en su respectivo campo de aplicación han acabado esfumándose, terminando reducidos a simple estafa.
El sustituto solar del asfalto (que nunca llegó)
El concepto de calzada solar es sencillo: consiste en una serie de paneles solares hexagonales unidos para formar una superficie sobre la circulan los coches. De esta forma, en lugar de constituir meras acumulaciones de asfalto, autovías y autopistas podrían absorber los rayos del Sol para transformar la energía lumínica en eléctrica, fundir la nieve y hasta reducir los gases de efecto invernadero.
Esta quimera energética era la que prometía el revolucionario proyecto de nombre obvio: Calzadas Solares. Diferentes medios estadounidenses hablaban en 2014 sobre esta iniciativa que estrenaba ‘crowfunding’ en la plataforma Indiegogo, donde consiguieron su objetivo de financiación con creces (se embolsaron más de dos millones de dólares, cerca de un millón ochocientos mil euros).
¿El problema? Por un lado, para que las placas solares absorban adecuadamente la luz deben estar limpias y cambiar de posición, inclinarse a veces, algo que no beneficiaría demasiado a vehículos ni a conductores. Por otro, según el científico británico Phil Mason, cubrir todas las carreteras estadounidenses con estos hexágonos costaría unos dos billones de dólares, sin contar la mano de obra ni la parte electrónica. Casi nada.
Como pez (ahogado) en el agua
El diseñador coreano Jeabyun Yeon quería hacer realidad el sueño de todo submarinista: bucear hasta el fondo del océano sin necesidad de llevar pesadas bombonas de oxígeno. Por eso concibió Tritón, una máscara que, como unas branquias artificiales, extrae el oxígeno del agua para insuflarlo después directamente a los pulmones de su portador.
Lamentablemente, los aficionados a las profundidades marinas tendrán que seguir alimentando su mundo onírico. El cuerpo humano necesita unos 25 mililitros del elemento en cada inspiración, la cantidad contenida en unos 5,7 litros de agua marina. Una persona toma aire una media de 15 veces por minuto, así que el dispositivo con nombre de anfibio tendría que filtrar casi 100 litros de líquido por minuto. Y eso, asumiendo la máxima eficiencia y pasando por alto que el oxígeno puro es mortal para los seres humanos.
Hace solo unos meses, el mismísimo Yeon admitió la inviabilidad del artilugio y cambió ligeramente el concepto: resulta que el dispositivo solo tiene unas (limitadas) reservas de oxígeno líquido para ayudar a los buceadores. Después de una lluvia de protestas que denunciaban el engaño, en Indiegogo lo han calificado de fraude y el coreano ha tenido que devolver el dinero a todos los que habían contribuido a su campaña de ‘crowfunding’.
El médico (no titulado) en tu muñeca
Otros que han exagerado sus promesas han sido los impulsores de GoBe,”la única forma de medir automáticamente las calorías que consumes y quemas a través de tu piel”, según anunciaban en la promoción para su campaña en Indiegogo. Y no solo eso; esta pulsera inteligente también podría determinar los niveles de azúcar en sangre, el grado de estrés y el estado de hidratación. Si todo esto fuera cierto, usar el dispositivo sería como llevar encima no un médico, sino toda una clínica en la muñeca.
Pero la ‘startup’ Healbe, responsable del invento, se ha pasado de lista. Los fundamentos científicos que respaldan al aparato no son más que un conjunto de asunciones cuestionables. Supuestamente, funciona emitiendo señales eléctricas de alta y baja frecuencia a través de la epidermis para medir el volumen de agua contenido en las células. Hasta aquí, podían ir bien encaminados.
Ahora bien, los de la compañía aseguraban que conociendo este dato, el dispositivo era capaz de estimar el nivel de glucosa y, en base a los cambios de esta variable, sabría cuántas calorías has tomado. Un cálculo sin sentido desde el punto de vista biológico.
La campaña había recaudado cientos de miles de dólares cuando el periodista James Robinson denunció que no existía ninguna empresa que se llamara Healbe en Estados Unidos, como presumía la corporación, sino que estaba afincada en Rusia. No encontró rastro de patentes ni explicación científica del funcionamiento del aparato. Esta vez, nadie dio un paso atrás, sino que Indiegogo decidió cambiar directamente su política antifraude (abandonándola casi por completo).
La botella de agua que (difícilmente) se llena sola
Pero si hay que elegir un invento útil de verdad, tiene que ser Fontus. Lo mismo sirve para una larga exploración en alta montaña que para evitarte un duro paseo hasta la cocina; si no fuera por su precio, esta botella autorrellenable podría acabar con la sed en el mundo. Teóricamente, el recipiente extrae el agua del aire para proporcionársela clara, líquida y potable a su dueño.
La realidad es que este milagroso artilugio, salido de la sesera del diseñador australiano Kristof Retezár, no utiliza ningún concepto nuevo. Cumple exactamente el mismo cometido que cualquier deshumidificador para el hogar: Fontus absorbe la humedad y enfría el vapor ambiental para licuarlo.
Desgraciadamente, la única manera de llenar la botella sería mudarse a un lugar con una temperatura de 40 ° y una humedad superior al 90 %, según los cálculos del ingeniero australiano David Jones, y esperar más de dos horas. Además, para conseguirlo, el pequeño panel solar del que dispone tendría que generar unos 250 kilovatios, una cifra demasiado elevada para una placa tan diminuta.
Relojes sin pantalla (ni credibilidad)
Si pensabas que los ‘trackers’ y los relojes inteligentes son el no va más, es porque todavía no conoces Ritot. Hablamos del “primer reloj proyectado” que ilumina el envés de tu mano con la hora, los correos y mensajes de Whatsapp. Incluso puedes elegir el color de las lucecitas para que aparezcan verdes, azules, amarillas o rosas.
Llegado este punto, quizá te preguntes cómo adapta Ritot las dimensiones de la proyección al tamaño de la palma de su portador. Si es así, puedes dejar de cuestionártelo porque, simplemente, no lo hace. Pero, más allá de esta puntualización, ni siquiera la tecnología necesaria para realizar una proyección de tales características cabría dentro de la pulsera. Pese a las denuncias y acusaciones de fraude, su campaña de ‘crowfunding’ recaudó casi un millón quinientos mil dólares (más de un millón trescientos mil euros).
La tecnología del futuro resultaría increíble hoy en día. Y esa es precisamente la clave: no creérsela hasta no haberla probado o, al menos, conocer sus fundamentos científicos.
Con información de cnet.com, Popular Mechanics, Tech Insider, Snopes.com, Pando.com y Livescience.com. Las imágenes son propiedad, por orden de aparición, de SolarRoadways, Triton, Trichicken, Healbe, Fontus y Ritot.
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